MAYORJÓVENES
Es curioso cómo se repite la historia y cómo se repiten los errores.
Hace ahora 40 años que un grupo de enfermeras realizó un ingente trabajo para lograr que la enfermería se desarrollase como disciplina en el ámbito de la universidad. Tras lograrlo, las primeras promociones de enfermeras tituladas por la universidad vinieron a denominarse DUE. Es decir, se cambiaban las denostadas y criticadas siglas de ATS por unas nuevas que ejercían idéntico resultado, la invisibilidad de la identidad enfermera, al ocultar, por razones que nunca he logrado entender, nuestra identidad más primaria, la denominación como lo que somos, enfermeras.
Pero este no fue el único ni posiblemente el error más grave que se cometió. Las nuevas generaciones de enfermeras, los DUEs, se creyeron diferentes, superiores a sus predecesoras, los ATS. Esto condujo a un enfrentamiento que no solo no solucionó nada, sino que contribuyó a seguir ocultando la aportación enfermera a las personas, las familias y la comunidad tras la batalla fratricida que tanto unos, DUEs, como otros, ATS, se empeñaron en mantener más allá de toda lógica. Los DUEs porque se creían en posesión del verdadero conocimiento enfermero avalado por la universidad. Los ATS porque consideraban que se estaba menospreciando su experiencia y sentían amenazados sus puestos de trabajo por las “nuevas enfermeras”. Y tanto los unos como los otros perdieron tiempo, energía, credibilidad y reconocimiento en tan absurda batalla, a la que se sumó un daño colateral como fue el curso de nivelación.
El tiempo, y con él el olvido, remedio paliativo de muchos males, lograron que poco a poco se fuese normalizando la relación y que, además, se fuese recuperando la verdadera identidad enfermera dejando el lastre de las siglas como camuflaje de la batalla librada.
Sin embargo, ni el tiempo ni el olvido son capaces de eliminar cualquier vestigio de enfrentamiento y como si de un cáncer acantonado se tratase vuelven a aparecer los síntomas inequívocos de nuevos conatos amenazantes.
La creación de la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria fue, sin lugar a dudas, un logro fundamental resultado del trabajo, dedicación, ilusión, motivación e implicación de muchas enfermeras que durante mucho tiempo lucharon porque fuese una realidad. Enfermeras, ATS y DUEs que, olvidados los enfrentamientos pretéritos, se centraron en el presente para lograr lo que consideraban debía ser el futuro. Enfermeras que además lograron crear una sociedad científica como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) que aglutinara, canalizara y gestionara todo ese trabajo para lograr que la especialidad fuese una realidad.
Conseguida la especialidad, se empezaron a formar enfermeras especialistas en las diferentes unidades docentes que actualmente ya existen en 14 de las 17 comunidades autónomas. Como resultado de estos periodos de formación las primeras enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria fueron una realidad.
Lamentablemente, la falta de planificación y la nula voluntad política, entre otros factores que escapan al objeto de este editorial, desembocaron en una creciente desilusión y frustración de las nuevas especialistas al no tener posibilidad alguna de desarrollar sus competencias en las organizaciones sanitarias ya que no se crean plazas específicas para ello. Se está abonando el terreno para una nueva, incomprensible, estéril y absurda batalla entre enfermeras.
Las especialistas, mayoritariamente “jóvenes”, identifican a las enfermeras, mayoritariamente “mayores”, como un obstáculo y un lastre a sus pretensiones de desarrollo profesional como especialistas. Por su parte, las segundas ven en las primeras una amenaza y observan como un agravio comparativo el no poder tener acceso a la especialidad como consecuencia de la parálisis de la prueba excepcional que las facultaría como tales.
En este escenario nos encontramos ya con discursos muy similares a los utilizados en su día por ATS y DUEs. Por una parte, la creencia o al menos el argumento totalmente demagógico y sin fundamento utilizado por algunas especialistas de que cuentan con el conocimiento que no tienen las enfermeras que llevan décadas desarrollando sus competencias como enfermeras comunitarias. Por otra parte, la postura de intransigencia, rigidez e inmovilismo incomprensible utilizado por algunas enfermeras comunitarias que, sin fundamento alguno, ven peligrar sus puestos de trabajo.
Así pues, empiezan a tomar forma nuevamente dos bandos, en esta ocasión especialistas y no especialistas. Bandos que, en lugar de intentar buscar los múltiples puntos de coincidencia para lograr fortaleza a través de la unidad, se dedican a emponzoñar y distorsionar la realidad con la creación artificial, artificiosa, interesada, populista y acientífica de falsos argumentos que alimenten el enfrentamiento en busca de un supuesto beneficio que no solo no es posible sino que además consigue justamente el efecto contrario, es decir, la parálisis, el desprestigio, la división y de nuevo la invisibilidad. Lo más doloroso es que, además, hay quienes desde determinados posicionamientos organizativos o institucionales alimentan esta disputa con el único objetivo de obtener beneficio propio. Luego, posiblemente, serán los primeros que huirán cuando la batalla haya dejado sembrado el escenario de cadáveres profesionales y de nuevo la enfermería tenga que lamerse sus heridas para recuperarse.
No es una cuestión de buenos y malos. Ni de especialistas y expertas. Ni de jóvenes y mayores. Es una cuestión de personalismos sin sentido que tan solo nos pueden abocar al fracaso y al ridículo. Es una cuestión que tan solo desde el sentimiento profundo, convencido y firme de sentirse enfermeras, por encima de ser o no especialistas, lograremos evitar.
Seamos inteligentes y hagamos de la especialidad una fortaleza común y un medio para lograr la unidad. Constituyámonos en MAYORJÓVENES y no caigamos de nuevo en viejos errores que nos conduzcan a nuevos fracasos.
Las enfermeras (especialistas o generalistas expertas) no son el problema; todo lo contrario, son la única solución posible a esta nueva batalla en ciernes que debemos ser capaces de parar, uniéndonos y trabajando conjuntamente al amparo de sociedades científicas como la AEC donde caben todas las miradas, opciones, opiniones, ideas y planteamientos desde el respeto, el análisis reflexivo y los argumentos científicos que huyan del enfrentamiento acrítico y sin sentido.
José Ramón Martínez Riera
Presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)